Es primavera y la cena va a estar lista a las ocho. Atravieso la marea de autos de Superí y
llego a Juramento antes de que se haga de noche para que podamos pasear un rato por Plaza
Castelli.
Toco el timbre aunque tengo llave porque me gusta escucharte cuando escuchas que llego.
Corrés torpe y atolondrado. Te reís fuerte y estás cada día más grande. Cumplimos la rutina de
manera estricta. Como si estuviese escrita en nuestros genes. Empieza con vos tirándote por la
baranda de la escalera de mármol hasta la planta baja con piso de cerámica. Tengo que agarrarte
mientras bajas porque ya supimos cómo duelen mármol y cerámica. Como con una vez no alcanza
hay que volver a subir para volver a bajar. Miento que me quejo para que te rías y te reís para que
siga mintiendo mi queja.
Superí a esta hora parece asustarte un poco. Lo noto porque antes de cruzarla tu mano
chiquita aprieta fuerte la mía. Hay muchos autos, hay mucha gente y se escuchan bocinazos. No es
como en tu casa de Pilar. La ciudad es más intranquila. Para llegar a Plaza Castelli caminamos dos
cuadras por Juramento. Vas haciendo equilibrio por cada uno de los canteros y los escalones de las
entradas de las casas. Preguntás cosas repetidas y cosas nuevas. Repasás en voz alta lo que nos
dijeron antes de irnos. Que no tardemos. Que volvamos antes de que se haga de noche. Que si
tardamos vamos a comer todo frío. Que no agarremos bichos. Que nos lavemos las manos cuando
volvamos porque seguro estuvimos agarrando bichos.
Antes de llegar escuchamos el sonido de la bocina del primer tren que llega a la Estación
Belgrano R que está al lado de la plaza. Te alborotas y pedís que te suba a mis hombros para verlo.
Hay un alambrado grande y con plantas tupidas que separa la plaza de las vías del tren. Si todavía
estamos un poco lejos cuando llega, te enojás porque no podes verlo de cerca. Ya no te alcanza con
el sonido de la bocina y el de las ruedas sobre la vía. Hoy ya no es tan fácil llegar corriendo con vos
a cuestas. Estás más pesado y yo más cansado. Igual al final no importa tanto. Desde que llegamos
y hasta que nos vamos cuatro trenes van a pasar a visitarnos.
Lo primero que hacemos al llegar es buscar al pájaro carpintero. No siempre nos da el
gusto. A las aves de nuestra plaza les gusta hacerse las imprevisibles. Pero si él no está visitamos a
los tordos, a los horneros y a los zorzales. Los pronunciás gracioso, hasta cansarte. El segundo tren
suele sorprendernos mientras te subís a la estatua de mármol de La Maternidad de Pedro Trenti
que está ahí desde 1934. Una señora dorada con su bebé en brazos. De chico me llamaba mucho la
atención. No sabía si tenía las tetas muy grandes o si el bebé era muy chiquito. Me pedís permiso
para subirte hasta su cabeza. Te digo que no como siempre.
De ahí salís corriendo a jugar en las raíces expuestas del palo borracho. Mientras hacés
equilibrio pasando entre ellas me pedís que te lleve de nuevo al árbol gigante. El ombú de la
Recoleta en donde viste esas estatuas vivientes que por monedas se movían. Ya no me pedís más
monedas para que se muevan las estatuas verdaderas. Ya sabes que no todas las estatuas reviven
por unas monedas. El tercer tren es el que mejor vemos porque nos sorprende en el ombú que
está bien cerca de la estación del lado de Echeverría.
El sol empieza a esconderse y hay que emprender la retirada. El retorno es silencioso. El
equilibrista de canteros y escalones no viene con nosotros de vuelta. Está cansado así que lo
dejamos por ahí entre estatuas, ombúes y pájaros. Cuando estamos por llegar a la casa el cuarto
tren nos saluda desde lejos para recordarnos que la próxima semana nos espera de nuevo en la
plaza.
Para Santiago: Matías Pandolfi