Siempre me gustó esa esquina. Repetidas veces me imaginé dueño del edificio que alberga a la librería. Es imponente y marca una presencia en ese cuadrante conformado por la Plaza Castelli y las calles aledañas. Los libros en inglés me hacen viajar a algún lugar del Reino Unido. El azul de sus paredes rompe con la monotonía de colores de las casas cercanas. La perfección se refleja en un cielo que parece un mar calmo, absoluto, sin ninguna ola.
Camino algunos pasos y tengo que usar mis anteojos: el sol se impone con su pleno esfuerzo por pintar esa gran mancha verde que es la plaza, rincón de mi infancia. Me muevo un poco más y el olor de los árboles es tan rico que me hace viajar al pasado, a esos años en los que venía más seguido por estas esquinas. Todo va tomando forma, voy respirando, mirando y oliendo todo lo que me transmite la plaza y sus alrededores y todo lo que eso representa para mí. Voy sintiendo.
Sigo mi camino hacia el clásico de varias de mis mañanas de domingos. El estilo es el de un pub irlandés y las ganas de viajar aumentan. Me siento en una mesa al lado de la ventana. Abro el libro que recién empecé hace un par de días: todavía se disfruta el olor a nuevo… ¡qué placer! El aroma del café con leche ayuda al momento. ¿Existe acaso alguna mejor combinación que el libro y el café? Las migas del tostado caen, impunes, sobre las hojas. La escena tiene su mística, créanme. La vista se me pierde entre todos los zapatos y zapatillas que van pasando. Por un momento, me voy. El temblor del piso me hace regresar: el Mitre deja su marca rutinaria con sus sonidos mecánicos. Quiero que pase rápido. Sting empieza a decir que hay un pequeño punto negro en el sol. Qué raro. Juro que no lo vi.
Ignacio Fernández Santamaría