Ella vivía por Monroe de la mano impar y el vivía enfrente. El trabajaba en un bar sobre Juramento a pasos de Cabildo y ella en un comercio de ropa sobre Cabildo a pasos de Juramento. Los dos recorrían, todos los días, las mismas cuadras en casi el mismo horario: Monroe, doblaban en Vuelta de Obligado, pasaban por el cuartel de bomberos y por el cine, iban por Juramento hasta llegar a la mítica esquina del barrio y de ahí caminaban hasta su destino diario, su lugar de trabajo.
En sus tiempos libres, en la esquina de Arcos y Monroe, desarrollaban varias actividades: compraban facturas, pescado, milanesas y se pesaban en la balanza de la farmacia. Solían cruzar la barrera de Monroe para ir al Supermercado a hacer su gran compra mensual.
Sus vidas eran paralelas que nunca se cruzaban, hasta que un día tal vez llegaron al infinito y se juntaron. El 01 de febrero del año 2012, cerca de las 18.30 horas empezó a llover intensamente y en cuestión de 20 minutos el agua subió. Por momentos, las precipitaciones alcanzaron el equivalente a 100 mm por hora, aunque en promedio llovió 50 mm/h. Hubo anegamientos en varias calles. En Blanco Encalada, frente al Museo Yrurtia, los autos estaban flotando y ellos dos quedaron parados en aquella esquina sin poder cruzar. Se miraron, sonrieron, y ella le dijo: ¿y ahora quién podrá ayudarnos? El le tendió la mano y la ayudó a atravesar las corrientes tormentosas de Blanco Encalada. Caminaron juntos hasta Monroe, ella le agradeció mientras el sacó aquella birome que tenía para la ocasión, le pidió su número de teléfono y lo anotó en la palma de su mano.Trece días después acordaron una cita, fueron a tomar algo frente a la Costanera y en el día de los enamorados, sellaron con un beso el inicio de una historia de amor.
Hoy, a 10 años de haberse besado junto al río, viven felices en el barrio de Belgrano junto a sus tres hijos. Así continúa esta historia de un amor como no hay otra igual. ¡Qué lo que el agua unió, nada pueda separarlo!