La historia que a continuación les voy a narrar tuvo lugar en el Hotel Watson. Para que se ubiquen geográficamente este edificio estaba emplazado frente a la plaza, en Vuelta de Obligado y Juramento al costado de la iglesia. Tenía dos pisos con un mirador en la azotea y la planta baja con arquería. Su propietario era Tomás Watson, un ciudadano británico que compartía su actividad comercial con las funciones administrativas que desempeñaba en la estación ferroviaria del Bajo. El Hotel Watson alojó en el año 1880 al presidente Avellaneda y a varios funcionarios y legisladores del gobierno durante los hechos que tuvieron lugar durante la Revolución del 80’.
Ahora vamos a la historia: Todo comenzó cuando Carlos, su esposa Teresa y los tres hijos de ambos dejaron la Alemania natal para trasladarse a la Argentina. Junto con ellos, también lo hizo Julio. Los cónyuges y él, bordeaban los veinticinco años de edad y ella entraba en el octavo mes de embarazo.
Llegados a Buenos Aires en 1878, el matrimonio y sus hijos se alojaron en el Hotel de los Inmigrantes mientras que Julio lo hizo en una casa de huéspedes. Pasados unos días, Teresa desapareció para huir junto a Julio. Ambos salieron de la ciudad, llegaron hasta el vecino pueblo de Belgrano y se alojaron en el Hotel Watson. Tras realizar una desesperada búsqueda, Carlos descubrió el paradero de la pareja. Acompañado por un intérprete, el esposo abandonado llegó al hotel belgranense y penetró en las habitaciones ocupadas por los amantes. En una de ellas estaba Teresa, a quién le exigió que retornara junto a él y sus hijos. La mujer pareció dispuesta a acceder y pasó a la habitación contigua para buscar sus cosas. No bien lo hizo, se escucharon dos detonaciones. Julio (el amante) era el autor de los disparos, uno dirigido a la cabeza de Teresa y otro a la propia. Carlos (el esposo), el traductor y el Sr. Watson (propietario del hotel) entraron en la habitación y en ella vieron a Teresa y a su amado debatirse entre la vida y la muerte.
Alguien pensó en el niño que la mujer llevaba en su vientre e inmediatamente llamaron a un médico quién acometió la noble empresa de arrebatar a esa víctima pura e inofensiva de las garras de la muerte. El facultativo dominó victorioso su empresa humanitaria pues la madre murió pero el hijo sobrevivió. El recién nacido, enseguida recibió el bautismo por mano del párroco Benjamín Carranza, pero su vida no se prolongó por muchas horas. Tanto ella, como el niño y Julio fueron sepultados en el por entonces nuevo cementerio de Belgrano, sito donde ahora está la plaza Marcos Sastre (Monroe y Miller).
Una carta de Teresa y un testamento de Julio permitieron conocer su decisión de quitarse la vida si eran hallados. Ella manifestaba que era preferible morir a vivir maltratada por su esposo. Julio afirmaba que la vida sin su amada no tenía sentido. Mientras tanto la crónica policial titulaba los hechos de la siguiente manera: “Muertes y nacimiento en el pueblo de Belgrano”.
Prof. Silvia Vardé
Presidenta de la Junta de Estudios Históricos de Belgrano
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