En una mañana soleada, Pedro salió a realizar su caminata diaria. Su memoria a veces le jugaba una mala pasada, y lo llevaba a lugares que ya no están. Recorrió varias calles del barrio y a la hora del almuerzo le empezó a picar el bagre. Se dirigió hacia Cabildo al 2900 buscando a Fame pero lamentablemente no lo encontró. Este local gastronómico no pudo aguantar los tiempos de cuarentena estricta y se fundió. Entonces se le ocurrió aprovechar la promoción del almuerzo gratuito en el Bingo Belgrano pero al llegar a la Av. Cabildo al 3200, recordó que aquel lugar de juego había cerrado sus puertas en mayo de 2016. Terminó comprando una hamburguesa en una estación de servicio ubicada en Cabildo y Juana Azurduy.
Al salir de la YPF, un hombre se acercó y lo saludó. ¡Era Juancito! Hacía muchos años que no se veían. Caminaron juntos hasta Manzanares y luego se sentaron a charlar en un banco junto a la calesita de la Plaza Balcarce.
Empezaron a recordar viejos tiempos cuando el colectivo 60 todavía era amarillo. Aquellos paseos por la Av. Cabildo que se iniciaban con una película en el cine y terminaban con una pizza en Burgio. También revivieron aquellas tardes al sol en Barrancas de Belgrano y los partidos que jugaban en Figueroa Alcorta cerca de Monroe. “¿Dónde estuviste todos estos años?” preguntó Juancito, a lo que Pedro respondió: “Es una historia larga, si tenés tiempo, te la cuento.
Te acordás que mi viejo tenía un Garage en Núñez. Todos los días pasaba por allí un señor y le ofrecía plata para comprarlo. El sabía que la intención era demoler el lugar y construir allí un gran edificio. Mi papá amaba las casas bajas del barrio y no quería contribuir a que se rompa la tranquilidad de la zona, con unos terribles monstruos en altura. Los impuestos subieron, las deudas se fueron acumulando y cada vez se hacía más difícil pagar el sueldo de los empleados y sostener ese Garage. Con mucho dolor en el alma, mi viejo tuvo que olvidarse de sus convicciones y no encontró otro camino que caer en las redes de aquellos constructores. En sus caminatas diarias, vio como demolieron el lugar y empezaron a edificar hacia arriba. No pudo soportar esa imagen, dolido por perder su trabajo y su lugar, se fue dejando estar. Poco después falleció y unos días más tarde, mi mamá lo acompañó, porque no soportaba vivir sin su amor.
La tristeza me invadió, no podía estar en mi querido barrio sin la compañía de mis padres, y decidí irme. Recorrí varios países, bellos pueblos y ciudades, pero nunca me sentí cómodo en ningún lugar. Extrañaba mucho y siempre tenía la idea de volver a las calles que me vieron nacer. Y así fue, volví y me instalé nuevamente en Núñez, conocí el amor de mi vida, y hoy vivimos felices con nuestros hijos, en mi lugar en el mundo.
Juancito escuchó atentamente el relato y dijo: “¡Qué lindo que tu historia tenga un final feliz!, a lo que Pedro respondió: “No existen los finales felices porque las buenas historias, nunca terminan”, y esta continuará por las calles de los barrios de Belgrano y Núñez, disfrutando del presente y recordando el pasado.