Al fin llegó el domingo 18 de diciembre. Juancito que no pudo pegar un ojo en toda la noche, se levantó muy temprano. En el barrio había un silencio total. Salió a caminar por las calles desoladas. Pasó por el Estadio Monumental y recordó las historias contadas por su tío que vivió aquella final de 1978 en la platea San Martin Alta.
De a poco comenzaron a llenarse las cuadras de camisetas celestes y blancas que se movían rápidamente tratando de llegar a destino antes del mediodía. Se acercaba la hora señalada y empezaron a escucharse algunas bocinas y canciones. Juancito apuró la vuelta, hizo unas pequeñas compras y volvió a su casa del Bajo Belgrano con la picadita lista para degustar durante el partido.
Fueron 90 minutos de tensión. Se escucharon muchos gritos con los dos goles de Argentina. En el segundo tiempo, llegaron las puteadas y la preocupación por el empate. El nerviosismo se alargó 30 minutos.Todo se definió por penales y el desahogo final explotó en un grito triunfal. Argentina había ganado su tercera Copa Mundial.
Juancito agarró una bandera y con lágrimas en los ojos salió a las calles del barrio para manifestar su felicidad. Llegó a Cabildo y Juramento donde la locura era total. Todos cantaban, saltaban, se abrazaban y festejaban.
Está vez, poco importaba si las calles estaban cortadas y a nadie le molestaba el ruido de las bocinas sonando. Durante un par de horas, Juancito se olvidó de sus problemas y festejó con sus vecinos desconocidos. Todos compartían una inmensa alegría.
Mañana será otro día en el que la vida volverá a su normalidad, pero la emoción de ser campeón mundial quedará grabada por siempre en los corazones de todos los argentinos que en un 18 de diciembre encontraron la felicidad.