Por Beatriz Di Paola

Mis padres llegaron al barrio de Belgrano en el año 1942, por lo que desde mi infancia vengo transitando sus calles. ¡Tantos recuerdos de ese ayer que han permitido este Belgrano de hoy!

Casas bajas, muchas con jardines, calles empedradas pobladas de árboles frondosos, y aromas de flores. Los chicos jugábamos en las veredas sin peligro. Los tranvías, más tarde el trolebús, la garita redonda y blanca del policía dirigiendo el tránsito. El mercado de Juramento que funcionaba a cielo abierto en la calle con sus puestos de tolditos de lona blanca, el carrito a caballo del lechero que recorría las calles parando en las casas para bajar, los grandes tachos de los que servían con un jarro la leche en las ollas. Luego aparecieron las botellas de vidrio grueso verde que dejaban en los umbrales en cantidad, de acuerdo al pedido de la vez anterior, retirando las botellas vacías que la gente devolvía, los almacenes del barrio donde se anotaba la compra y la deuda en una libreta de tapas de hule negro. En medio de esta nube de recuerdos alcanzo a ver los carros grises de la basura tirados por un par de percherones blancos con el típico ruido de sus herraduras sobre el adoquinado, los vecinos en los mismos tachos de metal donde tiraban los residuos en las casas envueltos en diarios, los dejaban con sus tapas en la vereda aguardando el paso de estos servidores públicos, como cuando pasaban los grandes coches fúnebres y sus conductores vistiendo de un negro rabioso con grandes galeras de copa y guantes negros.

Tantas cosas fueron cambiando la fisonomía de mi querido barrio. Otras aún están como la plaza de Belgrano, el Casto Munita, el cuartel de Bomberos, las Barrancas de Belgrano, la antigua casona de los Larreta, años mas tarde convertida en Museo, donde tuve el privilegio de coordinar con grandes colegas el Primer Taller a nivel mundial de Iniciación Plástica para Niños. La Av. Cabildo a la que cuesta reconocer sin sus árboles añosos, muchos de ellos arrancados de cuajo (a mi juicio sin explicación válida que justifique esta mutilación).

Cada uno de estos recuerdos van haciendo surgir otros y así podría seguir y seguir, pero no alcanzarían las páginas del diario, para reflejar tanto.

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